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¿Lobesia botrana vino para quedarse?

La detección reciente de un ejemplar de Lobesia botrana en La Rioja reaviva las alarmas en la industria vitivinícola.

La reciente Resolución 243/2025, publicada en el Boletín Oficial, establece que todas las personas responsables de fincas y bodegas en las zonas afectadas deberán implementar controles culturales, realizar cosechas completas y podas sin dejar restos, y aplicar productos fitosanitarios autorizados por el Senasa. Además, se fijan condiciones específicas para el movimiento de fruta, maquinaria y material vegetal, y se exige la notificación obligatoria ante cualquier detección de la plaga.

Esta medida se enmarca en el Programa Nacional de Prevención y Erradicación de Lobesia botrana (PNPELb) del Senasa, y apunta a articular acciones con instituciones públicas y privadas locales para contener el foco detectado. El organismo continuará con tareas de vigilancia y control en la región y podrá aplicar sanciones en caso de incumplimiento.

Lobesia botrana es una plaga de alto impacto para la vitivinicultura. Se trata de una polilla cuyo alimento principal es la vid, por lo que también se la conoce como “polilla de la vid”. Sobre este cultivo desarrolla su ciclo vital completo: desde el huevo, pasando por la larva o gusano, la pupa o crisálida, hasta llegar al estado adulto.

Durante el invierno, sobrevive como pupa debajo de las cortezas o en los restos de poda. Las larvas se desarrollan sobre flores, bayas verdes y maduras, incluso en el interior de los frutos. Los adultos depositan sus huevos —en grupos de dos o tres— sobre flores y uvas. Cada hembra puede poner alrededor de 100 huevos, y una sola pareja puede generar hasta 250 mil ejemplares en una temporada.

En Mendoza, su control es fundamental. La provincia cuenta con más de 160 mil hectáreas de vid y más de 14 mil productores involucrados, lo que representa el 75 % de la producción nacional. La vitivinicultura, con más de 400 años de historia en la región, exporta vinos por más de 800 millones de dólares al año.

La Lobesia botrana constituye hoy una de las principales amenazas para los viñedos de Mendoza y San Juan, ya que puede provocar una merma de hasta el 50 % en la producción. De hecho, el Senasa declaró recientemente el estado de alerta fitosanitaria en un radio de un kilómetro en torno al sitio donde se detectó un ejemplar adulto en Villa Unión, provincia de La Rioja.

El daño que produce esta plaga comienza con las larvas, que se alimentan de las flores o los granos. La primera generación de la temporada ataca las inflorescencias, envolviéndolas con hilos de seda. Las siguientes afectan directamente las uvas en formación y los frutos ya desarrollados.

Los perjuicios no son solo directos —pérdida de producción, menor rendimiento por planta y deterioro en la calidad de la fruta—, sino también indirectos. Las heridas causadas por las larvas facilitan la proliferación de hongos patógenos que provocan podredumbre en los racimos. En el caso de la uva para vinificar, estos hongos dejan residuos que afectan el aroma y el sabor de los vinos, generando serios problemas en el producto final.

Pero el impacto no se limita a lo productivo o a lo cualitativo: también es económico. La presencia de esta plaga conlleva mayores costos para los productores y puede generar restricciones comerciales por parte de los países importadores.

Ahora bien, frente a este panorama, surgen varios interrogantes. ¿Son suficientes las acciones que se están tomando? ¿Los datos con los que se trabaja responden a un monitoreo riguroso y permanente? ¿Alcanza con un plan que obliga a los productores a cumplir medidas específicas?

¿Qué sucede con las fincas abandonadas, que no forman parte de ningún control activo? ¿Quién costea, en definitiva, el plan de erradicación?

En un contexto donde el margen de error puede comprometer no solo una campaña, sino toda una economía regional, la pregunta inicial cobra fuerza: ¿Lobesia botrana vino para quedarse? O, más bien, ¿estamos haciendo lo necesario para que no se quede?

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